Google ante la encrucijada de la IA conversacional: adaptarse o quedar rezagado
El espinoso dilema de Google con la IA conversacional: ¿Reinventarse o ser disrumpido?
El concepto del «dilema del innovador» acuñado por Clayton Christensen en 1997 nunca había sido tan vigente como ahora para Google. La idea es que las empresas triunfadoras, obsesionadas con satisfacer a sus clientes actuales, pueden pasar por alto innovaciones disruptivas que inicialmente parecen poco atractivas, pero que con el tiempo acaban siendo una amenaza existencial.
Y vaya si el gigante de Mountain View está viviendo esta paradoja con la irrupción de la inteligencia artificial conversacional. Durante más de dos décadas, Google ha reinado indiscutible en búsquedas online, publicidad digital y servicios web gracias a su exitoso y lucrativo modelo: ofrecer productos gratis a usuarios a cambio de mostrarles anuncios relevantes. Una fórmula ganadora que les ha reportado miles de millones, pero que ahora podría verse desafiada por un nuevo paradigma.
Las IAs como ChatGPT o Claude son capaces de entender y generar lenguaje natural de forma extraordinariamente fluida y coherente, abriendo la puerta a nuevas formas de acceder a información mediante conversaciones en lugar de búsquedas textuales. Un cambio de paradigma tan disruptivo que bien podría representar el «cisne negro» que haga tambalearse el trono tecnológico de Google.
Por supuesto, los de Mountain View no han estado inmóviles ante esta amenaza. Han lanzado su propio chatbot conversacional Bard y ahora Gemini, con la intención de integrarlo en sus productos estrella como el buscador. Pero el camino no ha estado exento de tropiezos que evidencian los inmensos retos a los que se enfrentan.
De hecho, un grave error de Bard/Gemini al generar respuestas insensatas como recomendar poner pegamento en una pizza o comer piedras por malinterpretar textos irónicos, hizo que Alphabet (matriz de Google) perdiera más de 100.000 millones de dólares en valor de mercado en cuestión de horas. Una muestra de lo sensible que es este tema para los inversores que no están dispuestos a perdonar patinazos.
Pero este percance es sólo la punta del iceberg del dilema existencial al que se enfrenta Google. Por un lado, tienen un modelo de negocio probado y muy rentable basado en mostrar publicidad online geolocaliada y segmentada por perfiles. Pero, ¿cómo encajar estos anuncios en conversaciones con una IA? ¿Estarían los usuarios dispuestos a pagar por servicios de IA conversacional en lugar de recibirlos gratis a cambio de ver anuncios? Incógnitas que evidencian que Google podría tener que reinventar por completo su modelo de negocio.
A esta encrucijada se suman los nubarrones que se ciernen sobre la fiabilidad de los actuales modelos de IA. Los recientes fallos de Gemini no son casos aislados y han dado munición a los críticos que advierten sobre los riesgos de systems que, pese a su sofisticación, aún tienen un largo camino por recorrer para ser realmente robustos y fiables.
Desde recomendar conductas peligrosas por malinterpretar instrucciones, hasta generar desinformación o contenido ofensivo de forma no intencionada, los tropiezos éticos de los modelos actuales de IA conversacional son un desafío mayúsculo a abordar antes de integrarlos en productos de consumo masivo.
En resumen, Google se juega mucho en esta partida de ajedrez contra el tiempo. Si decide abrazar plenamente el tren de la IA conversacional, podría tener que reinventar por completo su lucrativo modelo de negocio basado en publicidad, asumiendo grandes riesgos e incertidumbres. Pero si opta por ignorar esta disrupción tecnológica, otras empresas más ágiles como OpenAI, Anthropic o los gigantes tecnológicos chinos podrían arrebatarle su reinado en el mundo online.
Un dilema de manual propio de una empresa innovadora víctima de su propio éxito. Google deberá decidir si se aferra a su zona de confort tecnológica y modelo de negocio tradicional, arriesgando quedarse atrás como le ocurrió a gigantes del pasado como Kodak o BlackBerry. O si por el contrario asume los riesgos de reinventarse por enésima vez para surfear la nueva ola de la IA conversacional, aunque ello implique navegar en aguas turbulentas repletas de desafíos técnicos y éticos por resolver.
Como bien enseña el dilema del innovador, la mayor amenaza para una empresa triunfadora no siempre viene de la competencia directa, sino de disruptores aparentemente insignificantes que acaban dinamitando las reglas del juego. La forma en que Google navegue estas procelosas aguas marcará el rumbo de toda una industria tecnológica en la próxima década. Sólo el tiempo dirá si los de Mountain View logran salir airosos de este inesperado «cisne negro» o si por el contrario, acaban convirtiéndose en la próxima víctima del implacable ritmo de la innovación tecnológica.